Las épocas de las fiestas, holidays o simplemente reuniones familiares, siempre llegan con una mezcla de emociones: la alegría de ver a nuestros seres queridos, las luces que iluminan cada rincón, y la ilusión de una pausa en la rutina diaria. Pero para muchos, el regreso de las celebraciones deja un vacío difícil de llenar. Se siente un silencio abrumador, una especie de eco de los momentos felices que ya quedaron atrás. En ese silencio, la soledad y la tristeza encuentran espacio para crecer, y lo que algunos llaman la “depresión después de las fiestas” se convierte en una realidad para quienes deben regresar a una rutina que no incluye el calor de su familia o la alegría de las reuniones.
Para mí, este año fue particularmente difícil. Tuve la dicha de visitar a mis hermanas, y por un breve momento, sentí que la vida volvía a tener el color y la calidez que tenía antes. Pero la vuelta a Brewster fue como entrar a una habitación fría después de haber estado en la calidez del sol. Mis padres están en otro país, y aunque intento enfocarme en las buenas personas que tengo aquí, no puedo evitar sentir que algo falta. En latinoamérica, la Navidad y el Año Nuevo se sienten en cada esquina, desde los fuegos artificiales y comida interminable y deliciosa, hasta las interminables risas y abrazos. Aquí en los Estados Unidos, todo parece más simple, más callado. Las familias cenan, intercambian regalos, y pronto, las luces se apagan y todos se van a dormir. Es como si el espíritu navideño no lograra llenar completamente el espacio que deja la distancia y la nostalgia.
Pero mi experiencia no es única. Al pensar en esto, me doy cuenta de que muchas personas pasan por soledades similares, o incluso más profundas. Hay quienes no tienen a dónde ir ni con quién regresar después de las fiestas. Para ellos, la Navidad no es más que un recordatorio de lo que les falta. Imagina no tener a nadie con quien compartir una cena, ningún abrazo que cierre el año. La soledad, que ya de por sí es difícil durante el año, se siente aún más pesada durante esta época, cuando parece que todos los demás están rodeados de amor y felicidad. Este contraste hace que el silencio sea más profundo, y la depresión puede colarse como un visitante no deseado, quedándose mucho después de que las luces del árbol se apaguen.
Por otro lado, hay familias que, durante los holidays, abren sus puertas y corazones para recibir amigos, vecinos, y parientes lejanos. En esas casas se siente la calidez de la unión, pero una vez que todos se van, el vacío se hace presente. Es como si la casa, llena de risas y alegría hace apenas unas horas, se transformara en un espacio de tristeza. Esta soledad es diferente, pero igualmente dolorosa. Las fiestas, que se supone que deberían de ser un tiempo de conexión, también pueden ser un recordatorio de lo frágiles que somos emocionalmente cuando todo termina.
Luego están aquellos que trabajan sin descanso durante las fiestas. Pienso en los enfermeros, los meseros, repartidores, y tantas otras personas que sacrifican sus propias celebraciones para que los demás puedan disfrutar. Para ellos, la Navidad no es nada más que otro día de trabajo, una fecha más en el calendario. En su lugar, enfrentan largas horas de trabajo, viendo desde lejos la felicidad de otros mientras ellos cumplen con su deber. Me pregunto cuántos de ellos regresan a casa agotados, con poco tiempo o energía para celebrar con sus propias familias, si es que las tienen cerca.
También están los estudiantes universitarios que no tienen la posibilidad de regresar a casa. Mientras los demás empacan sus maletas para pasar las fiestas con sus familias, ellos se quedan en sus dormitorios, vacíos, y silenciosos. Estás universidades, que normalmente están llenas de vida, se convierten en espacios solitarios, haciendo que la soledad impacte más a los estudiantes que se quedan. Para ellos, la Navidad no tiene la misma magia. Es solo una fecha que deben superar mientras esperan un momento en el futuro donde puedan volver a estar con los suyos.
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Para los inmigrantes, las fiestas tienen un dolor particular. Muchos no pueden regresar a sus países de origen, y en lugar de abrazos y risas, tienen que conformarse con videollamadas. Aunque la tecnología ayuda mucho, no hay nada que reemplace el calor de estar físicamente cerca de quienes amamos. En estas circunstancias, las fiestas pueden sentirse incompletas, como si faltara una pieza esencial.
Yo se que la Navidad, el Año Nuevo o cualquier otra celebración del año ya no son las mismas para mi. Crecí en Honduras, rodeada de tradiciones que llenaban el corazón: los nacimientos, las comidas, los abrazos de medianoche. Ahora, aunque intento encontrar alegría en las pequeñas cosas, no puedo evitar extrañar esos momentos. Sin embargo, también sé que tengo la suerte de tener muy buenas personas en mi vida, personas con quienes puedo compartir y reír. Aunque las cosas no sean perfectas, esos pequeños gestos de cariño me ayudan a recordar que no estoy sola.
Al final, creo que las fiestas o holidays son un reflejo de nuestras conexiones humanas. Todos necesitamos de otros para sentirnos completos, y cuando esas conexiones se ven interrumpidas por la distancia, el trabajo, o las circunstancias, es normal sentirnos vacíos. Pero también es una oportunidad de reflexionar y valorar lo que tenemos, para buscar maneras de ser un poco de luz en la vida de alguien más. Porque si algo aprendemos en estos momentos, es que el silencio y la soledad se pueden vencer con un gesto de amor, por más pequeño que sea.
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